
¿ESTÁ TRUMP DISEÑANDO EL DECLIVE Y LA CAÍDA DEL DÓLAR?
Por Jefrey Frankel
En 1985, funcionarios estadounidenses se reunieron con sus homólogos de los otros países del G5 en el Hotel Plaza de Nueva York para negociar una intervención coordinada cuyo objetivo era bajar el valor del dólar. El exitoso Acuerdo del Plaza parece servir ahora de inspiración a la administración del presidente estadounidense Donald Trump, que busca formas de debilitar el dólar y, espera, mejorar la balanza comercial de Estados Unidos. Fieles a su estilo, Trump y sus devotos -en particular Stephen Miran, presidente entrante del Consejo de Asesores Económicos- llamarían al acuerdo «Acuerdo de Mar-a-Lago», ya que se negociaría en el complejo turístico homónimo del presidente en Florida.
Se podría imaginar una propuesta sensata de intervención coordinada entre las principales economías para debilitar el dólar. Estados Unidos tomaría medidas para reducir su déficit presupuestario, y los grandes países con superávit, como Alemania, aumentarían el suyo, abordando así la causa fundamental de los actuales desequilibrios comerciales internacionales.
Pero el Acuerdo de Mar-a-Lago no hace nada de eso. Por el contrario, es una posición coercitiva que corre el riesgo de hacer exactamente lo que teme la administración Trump: perjudicar la capacidad de Estados Unidos para financiar sus déficits (y, en particular, para mantener bajos los tipos de interés) y socavar el estatus del dólar estadounidense como principal divisa internacional.
Empecemos por los tipos de interés. Una intervención de los bancos centrales extranjeros para debilitar el tipo de cambio del dólar conllevaría una reducción de sus tenencias de bonos del Tesoro estadounidense. Pero la caída de la demanda de letras del Tesoro provocaría un descenso de los precios y un aumento de los tipos de interés. Piénselo así: si la balanza comercial mejora cuando la economía está a plena capacidad, los componentes de la demanda interna (consumo de los hogares e inversión de las empresas) tienen que desplazarse.
En cuanto al dólar, su destronamiento forma parte, en cierto sentido, de la visión que anima el Acuerdo de Mar-a-Lago. Se dice que el primero en utilizar el término fue el economista Zoltan Pozsar, que propuso un acuerdo «Bretton Woods III» que sustituiría el sistema monetario mundial basado en el dólar por un sistema basado en monedas digitales de bancos centrales (CBDC), junto con oro u otras materias primas. Según Pozsar, el gobierno estadounidense reforzaría su balance revalorizando el oro.
Pero ese esfuerzo por devaluar el dólar bien podría conducir a la desaparición del billete verde como moneda mundial dominante, un proceso que se aceleraría si la relajación monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos formara parte del acuerdo. Aunque Trump ha impulsado una política monetaria más acomodaticia, también ha dejado claro que quiere mantener la primacía mundial del dólar estadounidense, incluso si tiene que utilizar aranceles para obligar a países (como las economías BRICS) a no socavarla.
Sin duda, como ha señalado el Secretario del Tesoro Scott Bessent, la devaluación del dólar y su predominio no son necesariamente excluyentes. A finales de la década de 1990, por ejemplo, el dólar se depreció simultáneamente y representó una mayor proporción de las reservas de divisas de los bancos centrales. Pero existe una clara tensión entre ambos objetivos. Si un Acuerdo de Mar-a-Lago disuade a los bancos centrales de mantener valores del Tesoro estadounidense, es especialmente difícil ver cómo sobreviviría el estatus global del dólar.
Sin embargo, eso es precisamente lo que Miran parece dispuesto a hacer. Propone que los bancos centrales extranjeros mantengan bonos estadounidenses a 100 años sin pago de cupones en lugar de las letras del Tesoro que tienen ahora. (Esto equivaldría a reestructurar la deuda estadounidense, lo que equivale a un impago.) Entre las disposiciones alternativas -o adicionales- se incluyen la introducción de «tasas de usuario» cobradas a los bancos centrales extranjeros que poseen deuda estadounidense y un impuesto más general sobre la inversión extranjera en Estados Unidos (que recuerda al impuesto Tobin sobre las transacciones de divisas a corto plazo que se propuso en la década de 1970).
Al parecer, el fondo soberano que Trump ha ordenado crear también desempeñará un papel no especificado en la visión de Mar-a-Lago. No está claro de dónde saldría el dinero para este fondo soberano. Al igual que las economías en desarrollo, Estados Unidos haría bien en no crear un fondo soberano para cuya financiación tendría que pedir prestado debido a la insuficiencia de reservas internacionales. También cabe señalar que los fondos soberanos funcionan mejor cuando, a diferencia del fondo propuesto por Trump, se invierten en activos extranjeros y no nacionales.
Incluso dejando de lado el fondo soberano, la propuesta de Miran no se basa en la realidad. ¿Por qué los bancos centrales del mundo y otros inversores aceptarían bonos a 100 años -que no pagarían intereses durante un siglo- en lugar de los viejos bonos del Tesoro? ¿Por qué se tragarían nuevas tasas e impuestos sobre sus tenencias o inversiones en deuda estadounidense?
Trump podría decir que la respuesta es sencilla: para que puedan evitar los aranceles punitivos. Pero ha blandido esta arma tan implacablemente -en nombre de tantos objetivos, con tantos aplazamientos y reversiones- que está perdiendo rápidamente su impacto. Lejos de quedarse a arrodillarse ante el hombre de los aranceles, los países se están escurriendo hacia las salidas. Si Trump presiona demasiado, el goteo puede convertirse en una estampida que se aleje del dólar.
Los intentos de aprovechar el poder militar y geopolítico de Estados Unidos para coaccionar a los países a aceptar los términos del Acuerdo de Mar-a-Lago probablemente resultarían igual de ineficaces. Sí, en la década de 1960, Alemania aceptó cubrir los costes del estacionamiento de soldados estadounidenses en su territorio, con el fin de preservar el sistema de Bretton Woods, y en 1991 Kuwait y Arabia Saudí sufragaron gran parte de los costes de la guerra del Golfo. Pero hay una diferencia fundamental entre ahora y entonces: la buena voluntad.
Con su propensión a las amenazas y la coerción, su voluntad de traicionar a amigos y aliados y su desprecio por las reglas y normas, Trump ha destruido sistemáticamente cualquier capital político internacional de que haya heredado, diezmando el liderazgo mundial de Estados Unidos en el proceso. El coercitivo Acuerdo de Mar-a-Lago -que se remonta a la exigencia de tributos por parte del Imperio Romano a los territorios que ocupaban sus legiones- no haría sino acelerar el declive de Estados Unidos. La marca Mar-a-Lago está mejor reservada para torneos de golf y bodas rococó.
Fuente: Project Syndicate
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